381. Andrés Montes
Considero que ya hemos dejado pasar suficiente tiempo como para que haya quedado consolidado el último canal de televisión más o menos en abierto que ha aparecido hasta la fecha en nuestros televisores:
La Sexta. Yo aún no tengo muy claro por qué decidieron bautizar de esta manera a su engendrillo: bien para que todos anduviésemos como locos a sintonizarles en el número seis de nuestros aparatos, desbancando así a la autonómica correspondiente; bien para que la situemos mentalmente ipso-facto muy cerquita de esa fosa séptica que es Canal Siete; o bien como una manera finolis de promocionar la siesta, como una especie de juego mnemotécnico subliminal. Pero en cualquier caso, las cabecitas pensantes que andan detrás de este infame desbarre herziano han conseguido meter a presión en mi corazón unos cuantos minutos de su programación, gracias a uno de los mayores titanes de la locutorización estatal: el Maestro
Andrés Montes. Pero vayamos por partes.
La Sexta es un lugar de diversión sin fin, al alcance exclusivamente de: a) los habitantes de las capitales españolas que consiguen captar sus ondas a través de una espesa niebla estática acompañada de zumbidos ensordecedores y en batalla constante con las interferencias de Batiburrillos del Tuétano-TV; b) aquellos gilipuertas que se lanzaron como alma que lleva el diablo a comprar una cajita de zapatos TDT, gracias a la cual nos siguen prometiendo que en unos años podremos realizar viajes en el tiempo y en el espacio (yo apuesto todo lo que tengo a que en cuestión de semanas acabará en todas las casas sepultado bajo montañas de polvo, junto al radiotransmisor de bolsillo naranja de la abuela, que en paz descanse); y c) los sabios y atractivos sibaritas que nos abonamos en el pasado, elegante jugada (ejem), a la televisión digital de pago vía satélite. La última opción posible es asomarse a ese bar donde no entra nadie cuando uno baje a sacar la basura, porque sin duda ahí se ve La Sexta.
En este tiempo, decía, La Secta nos ha acostumbrado a esa imagen corporativa color moco, al logotipo más feo jamás concebido, y a un carrusel de disparates de bajo presupuesto que uno pueda imaginar. Desde su plató multiusos no se cansan de gritarnos cada cinco minutos que La Secta apuesta por el humor y la diversión ilimitada. El canal no emite informativos, ni cine, ni documentales, ni galas, ni programas musicales, ni infantiles, ni adolescentes, ni juveniles, ni adultos, ni geriátricos, ni debates, ni telerrealidad, ni series, ni culebrones, ni programas del corazón, ni ciencia, ni cultura, ni imaginación, ni nada que se le parezca: La Siesta sólo pone programas que hagan soltar carcajadas al espectador menos exigente. ¿Qué otra cosa se podría esperar de una cadena dirigida a golpe de talonario por una distinguida familia de payasos?
Me han contado, aunque no sé cuánto hay en esto de cierto, que su programación se inicia a mediodía con un ensordecedor ¡¡CÓMO ESTÁN USTEDEEEEEES!! Hasta esa hora, emiten repeticiones de los programas que estrenaron durante la primera semana de vida del canal. El resto del día, emiten también programas repetidos, que se diría que grabaron durante un maratón de encierro en el plató: un concurso de no-inteligencia (sino basado en adivinar cifras al azar) presentado por Micky Nadal; un programa de payasadas presentado por el payaso Milikito donde hacen el payaso Miliky (Nadal), Flo(fito), Pedro Reyes y dos o tres imitadores más (de humor improvisado en escena, con pruebas calcadas de los juegos que hacía yo en los campamentos de los boy-scouts cuando tenía 10 años); una lamentable reinvención de
El Club de la Comedia que en tiempos presentara Milikito, mezclado con
Operación Triunfo (ahora está conducido por Flo, los cómicos están adocenados en una academia de payasos, y concursan en una gala semanal para ver quién es más payaso: un expresentador de telediarios fascista o una cupletista en paro); y creo que dos o tres series americanas de los primeros noventa. Tienen grabados hasta cinco o seis episodios de cada programa, y los colocan al buen tuntún en la parrilla de programación semanal.
A mí me da un poco de pena, porque a priori la promoción nos hacía saltar chiribitas de los ojos. Todavía se ven carteles en los descampados con El Gran Wyoming, Flo, Micky, Miliki, el de los Toreros Muertos, las megaestrellas de la Hora Chanante, etc. sujetando camisetas de la selección de fútbol de la cadena. España entera, harta de ver a analfabetos de Gran Hermano acaparando poco a poco toda la programación de las demás cadenas, como una plaga de moho que se extiende sobre unas natillas, pensaba que por fin se iba a poder relajar y echarse unas risas durante la cena. Pero su obsesión por escatimar presupuestos, repetir programas, fórmulas y payasos consortes y por darnos el coñazo con tanta publicidad-basura, han convertido a La Sexta, en mi opinión, en una especie de
“No te rías que es peor” ininterrumpido durante las 24 horas día. Hasta la fecha, los hitos que ha conseguido este canal grabar a fuego en nuestras retinas son cuatro: a) Urdazi dando vergüenza ajena; b) una presentadora borracha en sus madrugradas; c) el impagable spot-basura de
"¿Quieres rapear con tu móvil?"; d) Opá, amo a po e mundiá.
A propósito del punto b), parece que La Siexta ha conseguido un éxito mercantil real. No sólo emborrachando a una pobre chica, poniéndola a hacer el tonto y colgando el video en Youtube para dar la campanada, sino abriendo una brecha a nivel nacional, en el horario de madrugada, para los concursos telefónicos fraudulentos (infragénero que hasta ahora estaba vetado a las tercermundistas cadenas regionales presentados por hijas de directivos en prisión), que las grandes televisiones privadas estatales se han apresurado a copiar. Esto, amigos, que es tan viejo como el timo de la estampita, es lo más demandado en el mundo de la televisión del siglo XXI. El argumento del programa es algo así:
- Aparece sobreimpresionado en pantalla un sudoku que hasta un niño de 3 años puede solucionar con los ojos cerrados;
- Una becaria en bikini se pone a gritar durante horas, prometiendo miles de millones de euros al primer pajero que llame a un 906;
- Los infelices que llaman soñando con liquidar la hipoteca, se dan cuenta de que nadie coge el teléfono, sino que mientras están en espera se escuchan unos a otros;
- Entre ellos forman progresivamente un chat porno;
- El 90% de los que llaman, cuelga antes de dos minutos (ya han pasado por caja, que es lo importante). El resto apaga la tele y se dice guarrerías hasta el amanecer, cuando queda para
"foyar real";
- Después de dos horas, cuando la becaria está a punto de desfallecer y tiene que entrar a despachar en el Alcampo (suponiendo que el programa sea en directo), atiende por fin a una llamada y entre aspavientos le regala 500 euros al productor, que simulaba la voz de un ama de casa.
En fin, que así eran las cosas hasta hace dos meses. Pero hete aquí que la familia Miliki tenía un as guardado bajo la manga, y La Sexta no era sino una tapadera para hacer llegar a nuestros hogares el mayor espectáculo del mundo, que por desgracia para ellos no es el circo, sino el fútbol: La Sexta había adquirido los derechos de emisión del Mundial de fútbol. Y de propina, también el de baloncesto. Dependiendo de la audiencia, detrás vendrán el de bobsleight y el de doma de caballos.
El Mundial de Fútbol me pilló fuera de onda, así que sólo pude ver tres o cuatro partidos en la Cuatroº, donde Maldini y el otro sabio estándar le hacían la pelota a Maradona ciñéndose a rajatabla a
El Larguero style. Correctos, comedidos y supurando por todos los poros un
savoir faire parlo-futbolístico que te cagas. Pero tengo entendido que en La Siexta, el canal de los payasos de la tele, pusieron para comentar los partidos de equipos del hemisferio Norte al iconoclasta Andrés Montes. Cantando, contando chistes, vacilando a Julio "Patizambo" Salinas y confundiendo el fuera de juego con el tiro a la escuadra. Como todos sabemos, a pocos minutos del saque de honor del Mundial, los millonarios encorbatados de la Cuatroº les compraron los partidos de España, llevándose de paso al 99% de su audiencia. Además, montaron la de San Quintín en la plaza de Colón. La Sexta, enrabietada, les copió la idea y suplicaban a la gente que fuese a ver los partidos al pantallón que había en Sol detrás de un árbol, pero ya era tarde. España se fue a casa muy pronto, los niños lloraron, las banderas rojigualdas ondearon a media asta y, opá, me cagüen en la mar.
Rápidamente la maquinaria payasil se puso en marcha, en un lavado de imagen como no se recuerda otro. De un día para el siguiente cambiaron sus sintonías, dulcificaron sus colores corporativos, intelectualizaron sus payasadas de continuidad (
"Todo va a cambiaaaar", juran y perjuran, como suplicando al público que tenga un poco más de paciencia...). Contrataron a un sicario para que asesinara al que se le ocurrió contratar a El Koala para grabar el himno de la Selección, y soltaron todo el dinero que les quedaba para emitir también, enterito, el Mundial de baloncesto. Y esto ha sido otro cantar. La Sexta ha triunfado, porque nadie les ha hecho sombra. Es lo que tiene tener una programación de refritos-basura, sustituibles por cualquier cosa en cualquier momento.
Igual que hiciera durante el otro mundial, eliminaron de su parrilla todos sus contenidos (excepto las repeticiones del programa de Milikito donde irónicamente, opá, entre la publicidad de Águila Amstel todavía hoy se puede ver cómo hacen referencia constante al oro que Aragonés y los suyos van a conseguir en Alemania), y dedican 24 horas del día a enseñar el careto de Pau Gasol. Es una pena que el mundial haya tenido lugar a tantos husos horarios de aquí, porque de haberse emitido en horario de máxima audiendia La Sexta habría desbancado para siempre a los malvados tertulianos de Gran Hermano. Pero para los que hemos madrugado para ver las hazañas del conjunto español, La Sexta se ha convertido definitivamente en nuestro canal de payasos deportistas favorito. Y en lo que a mí respecta, gran parte de culpa de esto la ha tenido el grandísimo, el incomparable locutor Andrés Montes. Para más inri, ha ganado España, que era el equipo que más me gustaba y con el que yo iba. Ya era hora, me cachis en la mar salada, ya era hora. Pero vamos, que es lo de menos ahora. Con las retransmisiones de Andrés Montes en La Sexta me he sentido ganador desde el principio. Andrés Montes es mi ídolo, y se ha convertido en mi persona-de-la-televisión favorita de todos los tiempos.
Andrés Montes, eres un titán, desde aquí te lo digo, de tú a tú, en segunda persona. Tú me has hecho disfrutar con el baloncesto tanto como aquel Ramón Trecet de
"Dentro de las estrellas", y te aseguro que pensé que ese momento nunca llegaría. Antes de tí sólo Chiquito de la Calzada había conseguido que todo el mundo corease por las calles tus latiguillos. Sólo el cocinero Juan Andrés te iguala en carisma, sólo Los Fraguel te igualan en simpatía, y sólo todo el resto de locutores deportivos juntos se te acercan en cuanto a destreza informativa. Andrés, gracias a tí he descubierto que la vida puede ser maravillosa. Yo me considero un espectador exigente, y me has llegado al corazón. No sé si soy el único que estaba hasta las narices del rigor, del esnobismo, de la seriedad y contundencia con que se retransmitían los partidos desde que nació Matías Prats padre hasta ayer mismo. Con tu privilegiada garganta, digna de una estrella de la Motown; con tus acertados comentarios desacertados; con tu ilimitada simpatía; con tus anécdotas de barra de bar sobre baloncestistas de cuando la NBA molaba; con ese “¡¡JUGÓN!!” que surge de repente de tu boca, que me hace dar un bote en el sillón y derramar la cerveza del susto; con esa complicidad con el "Daimiel" / "Salinas" / "Iturriaga" de turno; con tus cancioncitas en los tiempos muertos; con tu infinita ensalada de motes desenfadados, uno para cada jugador del mundo (Carmelo ya nunca más será Carmelo: ahora es CarAmelo; del mismo modo de “Mumbrú se fue a la guerra”, ¡ja ja ja!); con tu calva, tu pajarita, tus gafas de Lenon con cordel; tus rimas instantáneas. Me da igual que Milikito viera en ti a un payaso más al que dar cabida en la pista central de su circo catódico. Nunca se lo perdonaré, pero al mismo tiempo tengo que estarle agradecido. Tu sabiduría está al alcance de muy pocos, aunque la disimules. A mí me da igual la estadística de Schiamulas Schiamantidis en tiros al vértice del tablero: a mí me mola saber qué cócteles bebieron los lituanos la noche anterior a su partido de octavos, y sólo tú lo sabes y satisfaces mi curiosidad. No me importa si el porcentaje de tirosdecampo del segundo alero de Panamá ha decaído desde que juega en el Szrubirán de Belgrado: me parece parece mucho más interesante descubrir que Karl Malone para ser feliz quiere un camión de dieciséis ejes y que vive con una boa constrictor. O que conociste a Julius Irving en los retretes del Madison Square Garden. Ahí estás tú, siempre, para darme lo que necesito. Sé que conoces todos los soporíferos datos estadísticos imaginables. Más de veinticinco años viajando por las canchas del mundo te avalan. Pero para contarlos y dotar al espectáculo de las suficientes dosis de aburrimiento ya está Iturriaga, o el pesado de barbas que se parece a Peter Jackson que se fue de
"Aquí hay tomate", que no sé cómo se llama. Y se agradece que sólo hagas aflorar tu sabiduría con desparpajo y humildad. Eres como el tío viajado y simpaticón que nunca tuve. Nunca me cansaré de escuchar tus anécdotas gastronómicas, bizarras, cosmopolitas y/o musicales. Me da igual que mis amigos digan que eres un soplagaitas, y que prefieran escuchar a Trecet en Radio Marca. A mí Trecet cada vez me parece más insulso y más AOR, mientras que tú eres cada vez más cachondo y más soul. A Ramón le gustan Hedningarna y a tí Marvin Gaye, y eso se nota. Espero que te quedes mucho tiempo conmigo, porque tú solito has hecho que empiece a mirar La Sexta con otros ojos. Contigo, jugón, la telemierda puede ser maravillosa.
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