494. Madripur
Esta tarde me he ido a comprar un billete de avión sólo de ida a Madripur. Tiene la fecha abierta, así que no sé cuándo partiré; como muy tarde el próximo 16 de mayo. Lo que sí sé es que no pienso volver. Cuando llegue a Madripur me instalaré en los barrios bajos, lo más lejos posible de los rascacielos plagados de mafiosos y lo más cerca posible del Bar Princesa, plagado de entrañables delincuentes e hijos de puta exóticos. Tiene cacahuetes rancios, una mesa de billar completa (lo único sagrado en cien kilómetros a la redonda), una camarera que hace que las del bar Coyote parezcan habitantes de Mordor, y jarana todas las noches. Me voy a llevar al gato, dos mudas y una biblia. Dedicaré el resto de mis días a pasear por el puerto y a sentarme en el Bar Princesa a charlar con los parroquianos y jugar al backgammon con apuestas ficticias. Entre eso y la borrachera perenne se me pasará el tiempo volando. No volveré a "actualizar el blog", ni a ver la mierda la tele, ni a salir de copas por garitos modernos con paredes fluorescentes. Me limitaré a escribir un haiku en un cuaderno Apache de bolsillo y a beber cerveza y cócteles humeantes en el bar Princesa. Si hay suerte y me reencuentro con Reiko, intentaré recuperar el tiempo perdido y juntos veremos crecer a Ami(k)o. Pasaremos algunas temporadas en el bosque, construyendo una casita de madera, tallando nuestros nombres en los árboles y peleando con los osos con nuestras manos desnudas.
Lo de la manutención lo tengo ya pensado. Mi plan es ofrecerme a Tyger Tigre como detective a sueldo. Podría pasarme cien vidas observando las cosas haciendo que soy transparende desde dentro de una gabardina de 5.000 yenes. Si Tigre me rechaza y no me corta el cuello, acudiré al bueno de Archie Corrigan. Mi tercera opción es la oficina de Landau, Luckman y Lake, pero de esa gente me fío todavía menos que de la gentuza de La Mano.
Si tengo que olfatear algunas cacas de perro o romper sillas en la espalda de algún pirata, correré el riesgo, pero aunque sé que no me voy a hacer rico sé también que seré feliz. Las puestas de sol desde el archipiélago indonesio son las más bonitas del mundo, y eso es todo lo que necesito. Eso, y una jukebox bien alimentada, como la del bar Princesa. Y un tatuaje de un dragón blanco escupiendo fuego sobre la cabeza de un lama que me cubra toda la espalda. Y un póster de Lindsay Lohan. Y un puñadito de peyote, y otro de viagra, me temo.
Hay una cosa que mucha gente no sabe de Madripur, y es que tiene un laberinto de túneles bajo la superficie de más de 40 kilómetros, donde no sólo no hay morlocks putrefactos, sino que uno puede adquirir absolutamente todo lo que necesite. Es el mercado ilegal más grande del mundo. Vale que he decidido renunciar a la tecnología y al modo de vida hedonista y capitalista que he llevado hasta ahora, pero mientras sigo aquí en España y el viaje sólo es un proyecto, me satisface pensar que, mientras vaya el dinero por delante, aquellos cabrones de allá abajo son capaces de conseguirte un dedo de Dios en cuestión de minutos, si hace falta. Me reconforta, decía, saber que les puedo encargar una conexión ADSL para volver a respirar el aroma de la globalización, pero de lo que tengo ganas es de dejarme crecer una barba y una panza e ir descalzo por las calles adoquinadas de la vieja Madripur. Y no hacer nada más en la vida. De lo de detective privado me jubilaré en cuanto encuentre a alguna virgen inocente que me mantenga. O si no, como dice el chiste: que me mantenga Joe Mantegna.
O que te la pique Lapique. Lo único que tengo claro es que quiero que mis huesos se descompongan en la parte de arriba del bar Princesa, y que mis cenizas se las pasen en un costero los bucaneros locales de generación en generación y que acabe olvidado en un dragon boat que navegue abandonado a la deriva hasta que sea abatido por Dante.
Etiquetas: Land escapes
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