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Los muchos detractores de la blogosfera suelen argumentar una verdad indiscutible y grande como un templo, que es eso de que los blogs personales destilan un egocentrismo inmenso, y sus autores son generalmente unos insoportables amantes de sí mismos que sólo airean al ciberespacio lo guapos y listos que son, lo bien que escriben, lo exquisito de sus gustos y lo intrépidas, trepidantes y apasionadas que son sus vidas. No seré yo quien lo niegue, que soy tan guapo que me persiguen los espejos y me paso la vida de sarao en sarao, saludando a la peña y regalando tarjetas con mi teléfono a todas las tías buenas que se cruzan a mi paso.
Pero por una vez y sin que sirva de precedente, os voy a contar un par de mis miserias, porque si no lo hago voy a reventar. Concretamente, dos historias escatológicas, patéticas y repugnantes, que espero que hagan las delicias de mis enemigos; porque, por si alguien no lo sabe, tengo dos enemigos, hay al menos dos energúmenos en el ciberespacio que no me soportan y que me desean lo peor siempre que pueden. Supongo que habrá más, pero no me lo han manifestado. En cualquier caso, este post va para ellos, para darles una satisfacción y que alimenten sus morteros con nuevos insultos y dolorosos argumentos arrojables. Las dos historias son las siguientes:
Historia nº 1. Hace no muchos años, iba en un autobús de Alsa camino de Torrevieja, con mi mamá y mi hermanito pequeño. El viaje duraba aproximadamente 8 horas, con una paradita de avituallamiento en Los Abades de la Jineta, una vez rebasado Albacete. Llevábamos apenas dos horas de viaje, y empecé a sentir unos retortijones terribles. Dentro de mi estómago se desataba una fragorosa batalla química, en la que todo apuntaba que no iba a firmarse la paz hasta que todo aquello no hubiese salido al exterior por mi... sí, por mi culo, por el trasero. Yo era un amasijo de sudores, de temblores y de llantos. Y no había manera de parar ese autobús; no porque hubiese una bomba dentro, sino porque hasta los Abades de la Jineta aquello no se detiene ni aunque muera un pasajero. Lo intenté, vaya si lo intenté. Le lloriqueaba a mamá, que por favor hiciese algo, que me iba, pero nada. La cosa terminó como tenía que terminar: mis pantalones encharcados, mi asiento hecho un cisco y churretes malolientes en mis piernas. Intenté que mi hermanito pequeño se me sentase al lado, para que la gente le mirase con asco a él, pero por supuesto se negó, y tanto él como mi mami siguieron sentados en el asiento de atrás, poniendo cara de no conocerme de nada. En los putos Abades de la imbécil de la Jineta tiré mi ropa en un cubo de basura y me recompuse, pero nunca más volví a ser el mismo.Sí, señores, yo me cagué en un autobús, durante un viaje espantoso. Diré en mi favor que con el estómago tocado, que yo controlo esfínteres desde los dos años. Pero no hay excusa. Llámenme cagón. Aprovechen. Nunca lo olvidaré. Y aunque no recuerdo exactamente la fecha, sí puedo decir que, atención, rondaba la mayoría de edad.
Historia nº 2. Esta historia está sucediendo en estos momentos, y es el motivo de mi cabreo, y de este twitidito. Os pongo en antecedentes, odiadores míos: vivo en un piso del centro de Madrid desde hace 5 años (menos 6 días; esta misma mañana he estado preparando los festejos para el sábado que viene). Mi piso es pequeñito, por supuesto, que soy un mileurista del montón de familia de clase media. Está en un sitio privilegiado, y lo que pago yo no lo paga nadie por una estancia de similares características, casi ni por una habitación en piso compartido, porque lo pillé justo antes del boom inmobiliario y además porque mi piso pertenece a la Comunidad de vecinos, por lo que nunca me subirán el precio ni hay ningún casero con el que pelearme. En gran medidad es un chollazo. Hace unos seis meses me hicieron una obra (pagada por todos los vecinos, por supuesto) que transforó mi zulo oscuro y de complicados pasillos en una estancia diáfana, recién pintada y llena de cosas bonitas. Ya lo conté.Vale. Hasta aquí todo lo bueno y lo chanante sobre mi vida. Pues ahora que la cosa estaba por fin solucionada, que mi casa era la envidia de mis amistades y que podía presumir de mi habitáculo, resulta que el pozo séptico del edificio de al lado está a reventar y necesita una obra urgente, y las paredes del patio interior de mi edificio, que están al mismo nivel que mi casa, rezuman líquidos fecales por todas partes. En el patio interior (un lugar bonito, amplio y soleado, donde solía salir a tomar el sol, a leer, a tender la ropa y a jugar con el gato), justo a la puerta de mi cocina, hay un agujero por el que chorrea un líquido pestilente de color negro, una plastuza repugnante, un manjar para todo tipo de bichos reptantes y voladores, y las paredes del patio se está combando. Cualquier día de estos, si nadie le pone solución, reventarán y una ola de mierda innundará el patio interior, y con él mi cocina y mi casa entera. Imagináos la escena de "El resplandor", esa imagen producto de la locura que se le aparece a Jack Torrance de un ascensor que se abre y un tsunami de sangre se vierte desde su interior. Pues lo mismo, pero con caca, aparecerá en cualquier momento por la puerta de mi casa. Y por supuesto, ahora que viene el calor, entrar en el portal de mi edificio es algo parecido a entrar en el culo de King-Kong, y en mi casa, cuando vengo de la calle, huele a mierda. Cuando tenemos partida de mus mis amigos vienen con máscarillas, y se turnan para sacar la cabeza por la ventana a respirar. Llevo gastados cerca de 40 euros en ambientadores, hemos denunciado a los vecinos, y he hablado con todo el mundo, pero la cosa parece que va para largo.
Así que reíros, reíros, enemigos míos. En mi privilegiado loft del centro, desde hace un par de semanas, huele a mierda. Ahí lo tenéis. Aunque uno se acostumbra enseguida, no estoy a gusto. Da bastante mal rollo. Ya lo sabéis. Ahora dejadme que aproveche la coyuntura y me cague en la puta madre que le parió al presidente de la gestoría y a mis vecinos del número 7, que podían irse a cagar a la vía, que toda la mierda que sale de su esfínter va a parar gotita a gotita a mi patio, a ese mismo patio que tengo derecho a disfrutar y que, de hecho, estoy pagando de mi bolsillo. Cabrones. Me cago en vuestra mierda. Voy a ir a cagar en vuestro portal. Os voy a seguir denunciando. Aflojar la guita y arreglad eso, que así no puedo seguir. ¡¡Aaaaarrgh!!P.D.: Después de esto, ya no le tengo miedo a vuestras burlas, odiadores míos. Si queréis os cuento más.------------Actualización: me acabo de tirar un pedo.Etiquetas: Twitter
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