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El domingo pasado a estas horas me dio un flús, un repronto, y (sin saber muy bien por qué) me sentí empujado a coger un autobús para escapar de la rutina. La rutina y la monotonía me estaban asfixiando, literalmente. El otro día estaba en casa viendo la tele y comiendo salchichas, y súbitamente empecé a toser, y a toser, y no me llegaba el aire a los pulmones. Apenas a la glotis. Salí corriendo a buscar una farmacia de guardia o un traqueotomista barato, muy preocupado porque nunca me había pasado nada parecido. Se supone que estos ataques le asaltan al no-asmático sólo una vez superados los sesenta años; debió ser algo de la ansiedad, o del pánico, o quizá la tormenta después de la calma: el resacoso vértigo posterior a la ataraxia crónica de las semanas previas. El colesterol lo he descartado. Yo lo asocié con la rutina, y desde entonces me rondaba la idea de largarme a ver el mar antes de fin de año.
Y vuelvo a lo que venía a contar, que es que me cogí dicho autobús y me fui a Barcelona, porque no había estado nunca en mi vida, y porque mis quimeras habituales de evasión no estaban disponibles. Estuve cuatro días enteros en Barna. Llegué el lunes a las nueve de la mañana y volví a Madrid el viernes a las nueve de la mañana. Me alojé en un hostal muy céntrico, yo solito, y me di interminables paseos, con mi abrigo de jubilado y mi mejor cara de pánfilo. Cubrí más o menos el cupo de turisme (me hubiera gustado entrar en la Casa Batlló, pero costaba 17 euros sin consumición; una vergüenza), visitando todo aquello que pasara por monumental. Gasté dinero con una alegría y una destreza que ya quisiera para sí el señor Roca.
Compré un montón de libros, fanzines y artbooks de importación que no llegan a Madrid. Algo de música, un poco de ropa de emergencia, y en general comí muy bien. Dormí poquísimo. Sólo dos noches de cuatro. Me llevé una impresión paupérrima acerca de la vida nocturna y el tapeo barcelonés. Me dio mucha pena. En el centro de Barcelona hay muchos más turistas viejos por metro cuadrado que en todo Madrid. Más turistas que personas, de hecho (y cada uno con su séquito de delincuentes y descuideros, encima). Tiene cierto aroma a parque temático post-apocalíptico (o post-olímpico) y eso también me decepcionó mucho. También es verdad que fui entre semana, sólo cuatro días cualesquiera (que hay más días que butifarras), y en mitad de una crisis espiritual y sentimental bastante gilipollas (de la que es obvio que no he emergido del todo). Y asumo también que hablo un poco desde la envidia castiza, porque Barcelona es una ciudad majestuosa. Aprendí entre otras cosas que cuesta lo mismo una mamada en la Boquería a las tantas que un taxi desde el centro hasta la estación, que la entrada a mano armada de la Casa Batlló o que la autobiografía de Blue Demon.
No conocía a nadie allí, y como digo mi objetivo era ser un one-man Imserso, dar paseos y poner en orden mis pensamientos [risas], pero al final tuve planes todos los días. Quedé con catalanes (de adopción) ilustres de listas de correo, una cosa que nunca me había atrevido a hacer aquí en Madrid, o nunca me había dado por ahí. Supongo que formaba parte de la terapia. Con Abs me tomé una botella de vino, algún chupito y una copa. Con Xan fuimos a tercios (metjas), de sobremesa; y con Risingson cayeron cuatro o cinco patxaranes, antes de salir. Encajaron mis interrogatorios y creo que hicieron grandes esfuerzos aguantando visita entre semana. Con los tres me lo pasé muy bien, tuvimos conversaciones con gloriosos picos de interés (y de viral e insano chismorreo, también), y me gustó conocerles. También quedé con otra gente que sí sabía previamente que eran de carne y hueso, y cada uno me enseñó su propia Barcelona. Cada uno me hablaba de montones de cosas hermosas, pero todos coincidían en lo mismo, en cuanto a lo más negativo que tiene esta ciudad. No era sólo impresión mía.
Eché un poco de menos a mis gatos.
Como pasa siempre que uno centra temporalmente su reducido círculo de obsesiones en algo nuevo, en estos días posteriores no he parado de ver catalanes en Madrid, de traducir mentalmente todo lo que leo al frunocatalán y de leer o escuchar cosas sobre Barcelona. Ya en Madrid coincidí en un bar con un grupo de rockabillies muy curiosos y folklóricos, que resultaron ser los responsables del sello Chaparra Entertainment, cuyos fanzines sigo desde hace tiempo. Barceloneses ellos, me confirmaron la teoría de que Barcelona es una ciudad incompatible con el tapeo y el sanísimo ambiente del bar español de toda la vida. Que hasta en Portugalete se pide uno una caña y se la tiran bien, y le ponen una tapa, y la gente bebe y grita y vomita por la calle, y hay gente hablando de la corrida de toros, coño, que tampoco pasa nada, que aún así semos europeos.Etiquetas: Twitter
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