552. Foam cat
Esta mañana mi gato me ha llevado al veterinario a que nos desparasitasen, y de paso le han puesto en la nuca el granito de arroz postnuclear subcutáneo que lo ha marcado para siempre como mi vástago bastardo, para que Echelon nos olfatee a sus anchas. Después se ha puesto a rascarse la nuca, desesperado, suplicándome en su idioma que por favor hiciera algo, que aquello no había ser vivo que lo aguantara. Y al rato ha empezado a echar espuma por la boca. Yo nunca había visto a nadie echar espuma por la boca, y menos mirándome con los ojos tristes, masticando su propio vómito felino y maullando algo ininteligible, dolorosamente melodioso. El veterinario dice que es normal, y no entiendo por qué si es tan normal no echa espuma por la boca su puta madre. Me ha dado bastante pena, me sentía impotente y responsable. Fredi estaba casi todo el rato acurrucado a mi lado robándome caricias, y de repente daba saltos por la casa como un potro de rodeo. Dentro de esos ojitos fluorescentes que tiene, me he pasado la tarde fantaseando sobre sus correrías anteriores al momento en el que nos conocimos, y podía adivinar claramente a un gato infinitamente asustado, y pensaba en miles de gatos abandonados por las calles olisqueando raspas y charcos de mierda, y como yo no me pongo triste nunca porque soy un hombretón con tres cojones, lo único que se me ha ocurrido ha sido prepararme un bocadillo de helado de chocolate entre dos panes de nata montada y ponerme a ver la tele a su lado, hablándole con voz de mariquita. Pero en un canal han empezado a hablar de ese
gato que predice la muerte en un geriátrico de Rhode Island, y he tenido que quitarlo y he puesto una película de chinos hostiándose. He llamado a un amigo a ver si quería venir a casa a hacernos compañía a mí y a mi gato espumoso, pero estaba en Asturias, así que aquí estoy poniéndome morado, a ver si echo culo como Bridget Jones. Acabo de ver
el episodio de los Simpsons en el que salen los White Stripes, y luego me he ido a un bar yo solo a tomarme una caña y una de oreja, para despejarme. Mi pobre gato acaba de prepararme otro capuccino con sus fauces, de postre, y no quiere comer nada. De verdad que es un poco triste. Hace un minuto le ha dado otra vez el tembleque, se ha puesto a masticar a la nada, y otra vez los goterones de baba y la espuma, los espasmos y los saltos torpes descontrolados. Creo que vamos a pasar una mala noche.
Otra vez...
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