605- Fredi vs. Jason
"Retrato de felino infernal oculto sobre elepés,
junto a pequeña pelota de tenis de mesa"
Fruno, 2007 (Oil on canvas)Madrugada del 30 al 31 de octubre de 2007. En vela
Ayer tarde, a dos jornadas vista de la Noche de Todos los Muertos, la oscuridad se apoderaba sin piedad de los callejones del centro de Madrid. No caía una lluvia torrencial, no había ensordecedores truenos ni monstruosas risas de fondo, pero la luna menguante que se escondía detrás de unos grotescos nubarrones de acuarela, enorme, dibujando el contorno del laberinto de viejos edificios retorcidos, vertía pétreas gotas de tenebrismo expresionista al barrio de Chamberí. En el corazón del mismo, en una calle cortada, enfrente de tres badulaques y una chamarilería precintada hace un siglo, se encuentra mi pequeño y colorista laboratorio, en el que vivo con un pejesapo presuntamente inmortal, toneladas de papel impreso y rebanadas digitales, y Fredi, un gato negro de ojos fosforitos y dientes como los cuernos de Belcebú.
Anteanoche iba a tener lugar aquí un ajetreo poco habitual. Era el momento previsto de la llegada a mis aposentos de un nuevo huésped, un bicho indomable, un felino raquítico, cabezón y endemoniado. Negro como el sobaco de un ñu, del tamaño del tigre de He-Man (de Mattel). Era, por cierto, un bicho sin nombre. Mi veterinario (que es la viva imagen de Ned Flanders) me dijo que él le llamaba “Pillín”. Pero yo hubiera preferido llamarle Perro, o incluso Ataca o Puta antes que Pillín. Después de las primeras horas de contacto con Fredi, el nombre por el que he decidido llamarle es Jason. En principio era por hacer la gracia, pero creo el nombre le pega, no suena mal y creo que así se va a quedar.
Como digo, es un moco que pasaría perfectamente por cucaracha o ratón de campo, que parece que está a medio cocer, pero tiene una mala hostia y una tozudez bíblicas, y durante las primeras horas nos tuvo acojonados a sus anfitriones. Con Fredi poco a poco va congeniando. Ya se olfatean las braguetas, amagan formar trenecitos e incluso cosas peores, y se lo pasan pipa peleando por parcelas de territorio. Esta tarde han dormido el uno entre los brazos del otro. Aunque también pasan, al menos de momento, por abundantes episodios de bufidos y blandido de colmillares, de los cuales Fredi, mi oronda y gargantuesca mascota oficial por derecho, siempre sale perdiendo, y acaba cediendo (el lecho, la pelotita o lo que proceda), el muy mangurrián, a pesar de que le cabe entero en un carrillo.
Su relación parece que progresa adecuadamente. La Naturaleza y la fragorosa contienda de orgullos e instintos avanzan dentro de la normalidad, y el objetivo de quitarme de encima las constantes llamadas de atención de Fredi parece que va a ser cumplido. Pero en cuanto a la relación entre Jason y yo… Ése es otro cantar.
En las últimas 30 horas, algún avance hemos hecho. He conseguido tocarle el lomo dos veces sin que temblase como un cerdo ante un matarife, y tímidamente se me acerca y también empieza a olisquearme. Ya conozco alguna de sus debilidades juguetiles o culinarias. Pero cuando estoy presente está generalmente escondido o petrificado por el terror, o en su defecto me amenaza, me enseña los dientes y menta a mi madre en su idioma, y lanza micro-zarpacitos asesinos hacia mis narices. El minino infernal parece talmente la encarnación de Jason Voorhes, o el receptáculo de la gallardía de Jasón y todos los Argonautas juntos.
Espero que acabe acostumbrándose al humano que lo cobija, porque en caso contrario no seré yo quien haga las maletas. De momento, la situación hace que, por un lado, en la casa reine una cautela y una paz zen constante (para evitar cualquier tipo de sobresalto que provoque la estampida del felinín, que a la mínima corre endemoniado detrás de los muebles de la cocina, dentro de los zapatos, debajo de cualquier armario), y por otro lado admito que me ha provocado algún arrebato de ira y ha conseguido que “tapie” todos los recovecos de la casa con trapos (porque ya se ha establecido un récord de duración de una expedición por toda la casa en su búsqueda, entre una amiga y yo: hora y cuarto vaciando armarios y moviendo muebles).
Espero que no haya muchas noches en vela como ésta (que por suerte me pilla totalmente ocioso), brincando encima de mi cama, peleándose por unos centímetros junto a mi almohada o echando carreras entre gritos por el dormitorio (que me siento ahora mismo como si esta cama, en la que intento leer para ignorar la algarabía felina, fuese un bote en mitad de un banco de tiburones). Espero que el espíritu del criminal victoriano que tiene poseída el alma de Jason acabe abandonándolo más pronto que tarde, o esto va a ser un sinvivir. Espero que no tenga que plantearme aquello de si “él nunca lo haría”. Espero no tener que cenar tallarines à la Jason el finde que viene, como alguien me sugirió. De momento, el periodo de adaptación está siendo tormentoso, ciertamente terrorífico, acorde con las fechas.
Ahora mismo son más de las cuatro de la mañana (y sereno), y Fredi y Jason se toman un reprís. De hecho, se ha producido la magia: Jason se ha acercado hasta esta silla giratoria en la que llevo un rato, y después de varios intentos se ha encaramado encima, y se ha sentado unos segundos en mi regazo, por iniciativa propia. De hecho se ha subido a continuación sobre el portátil (ha escrito esto: "bbbbtgggggn8888ccwwww3qqqbbbcbhbbbbbwqcccC", en serio), me ha mirado un rato, me ha bufado e insultado con más educación, y está inspeccionando por vez primera objetos humanos del escritorio sin tenerme miedo, e incluso dándome la espalda.
Por lo demás, llevo dos días de resaca seguidos, y en realidad no estuve en casa durante las primeras horas de adaptación. Esta noche es Nochemala, y yo lo celebro con un mus, y si se tercia haciendo trucos y tratos por ahí con alguna diablesa. Voy a ver si me duermo contando gatitos. Etiquetas: Felin-o-rama, Twitter
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