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Desde que volví a la actividad crapularia y al limpiarretretismo pubil, echaba de menos mañanas tan intensas como esta de la que acabo de regresar. Esas mañanas de dar largos y sosegados paseos de pensionista, mirar escaparates, minifaldas y cornisas, y meterme donde normalmente no me llaman: en sitios donde se bendice la cultura. Y mira que lo primero que hice al despertar, antes de las ocho de la mañana, fue ponerme el final de una peli, ligerísima y vacua (aunque no por ello pequeña, sino entretenidísima: "Santo en el tesoro de Moctezuma"), con la que me amodorré ayer, y con la que estrené mi flamante y divino nuevo gadget. Después de un café me puse encima del pijama mi parka favorita, esa con la que mi padre jugaba a las canicas, me duché con colonia y me fui al metro. Me asaltaron un puñado de zombies pegándome en la cara con sus periódicos basura. Otras docenas de zombies corrían como locos de un lado para otro, como si les persiguiese "Ash" Campbell. Todos haciendo pucheros, compungidos, recorriendo la Milla Verde hasta el punto de engorde. Había desterrado todo esto de la memoria. Yo iba mirando al suelo, pensando en el mar.
Iba a Lavapiés, a ver si me hacía con alguna entrada para el concierto de Albert Plá de esta noche, que ponían a la venta en la calle Argumosa a las 9:30. Otro café y unos churros. Me encanta que después me expriman un zumo de naranja gigante, como hacía mi madre. Es el dinero mejor pagado del mundo. El caso es que quedaban 6 entradas, y yo quería 4, así que hice bien en madrugar. Qué ganas tengo de ver a Albert, por lo visto en plan intimista, en solitario, explicando cada canción. La otra vez que le vi fue con Jaleo, en los tiempos de "Veintegenarios", y es de los conciertos que recuerdo con más cariño. Hablando de conciertos que recuerdo con cariño, cuando estaba esperando a que llegara la chica de La Boca del Lobo (una Killer Barbie, talmente, majísima y superguapa) pasó a mi lado, en yonquichándal y tambaleándose, de gaupasa, Antonio de Pinto.
Ya que estaba metido en faena, deshice el camino a casa tranquilamente, leyendo la prensa, saludando al panadero y al lechero, viendo caer las hojas secas, azotándoles en el pompis a las mujeres de vida desprendida, bailando un chotis y componiendo sainetes mentalmente. Me metí en la exposición fija de Rimbaud en La Casa Encendida, que es breve pero intensa y completa, y estuve mi buena hora y media perdiendo el tiempo maravillosamente y decidiendo que "yo soy otro", a la sombra de un exochorda korolkowii en el Jardín Botánico, donde entré basicamente porque me estaba meando. Enseguida me di cuenta de que entrar en el Jardín Botánico en Otoño es como ir de turismo sexual al Vaticano. Me oculté entre una colorida jauría de párvulos, e hice la visita completa a su lado, haciendo como que leía en pantuflas, imaginándome los inexistentes rododendros o azaleas que indicaban los carteles, y mirando los resecos plataneros y salix x sepulcralis. Hay un hermoso paseo de bonsáis que no recordaba, y encontré una fuente pública de agua potable fresquita, probablemente la única que queda en cientos de kilómetros a la redonda. También estuve curioseando por las librerías de viejo de la Cuesta de Moyano, y después de una larga y apasionada charla con una dependienta me llevé unos cuantos libros de la Serie B de Midons (toma nota, SIN, ya te contaré al privado: el de Traci Lords y el de Sam Peckimpah de RL, que buscaba como agua de mayo), uno del Dr. Vértigo y tres descatalogados de los de Miguel Juan Payán y similares (scream queens, enciclopedia de cine nazi y Bela Lugosi) que andaba mucho tiempo buscando. Iba leyendo que se cumple no sé qué efemérides sobre la Gran Vía, por la que pasaba en ese momento, y como vengo diciendo, yo la visualizaba así, con putas blancas, gorditas y majas, con granujas vendiendo estampitas, monjas de tebeo, aguadores, muchachos vendiendo periódicos a gritos... No compré en Doña Manolita porque estaba petado, ni me senté ante el limpiabotas porque ya sabéis que siempre llevo chanclas, que si no...
Total, que me ha cundido la mañana, y además me he traído mis entradas y un saco de libros para la colección; pero en lugar de barquillos, potaje y unas castañas, un cancarro de alitas de pollo del Coronel Sanders.Etiquetas: Twitter
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