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Hace un rato entramos en casa tres copas y yo, y resulta que voy a lanzar las llaves (estilo Abdul-Jabbar) al vaciabolsillos, y casi me da un soponcio, porque me di de bruces con la terrorífica visión de una estampita del Sagrado Corazón de Jesús que alguien había arrojado por debajo de la puerta en algún momento de esta tarde. Bueno, esto último lo he supuesto un rato después. Al principio pensaba que estaba viendo al mismísimo Jesús de Nazaret a través del suelo, o que una manifestación milagrosa se había instalado en mis lentillas.
El susto ha sido enorme, en serio. Y es que, pensándolo ahora, hacía años que no miraba a una imagen de Cristo de frente. Pero sobre todo porque esta imagen en concreto, el Jesusito con el corazón de gominola saliéndole de mitad del pecho y las manos en esa pose que no sé qué representa (parece que le han pillado saludando a alguien en mitad de un mitin, y se ha cohibido; o una seña de béisbol) la tenía mi difunta abuela colgada en mitad de su habitación, en aquella casa tan fea de Gamonal, a tamaño Din-A2. Y lo que es más alucinante: el cuadrito del SCdJ que ella tenía estaba en tres dimensiones. Era uno de esos cuadros tan espantosos que parece que se puede meter la mano dentro, que están hechos a base de pliegues superpuestos y una superficie estratégica, de tal manera que cambian de postura, como un .gif animado (como las cataratas de los restaurantes chinos, vamos), y además los ojos te siguen a todas partes.
Mi abuela (no ésta, sino la de la rama materna) estaba fatal de la cabeza, y los últimos diez años de su vida los pasó sin saber cómo se llamaba nadie, cómo se abría una puerta y todas esas cosas tan tristes. Pero al cuadrito de Jesús en 3-D le hablaba a todas horas. Le contaba sus cosas, le devoraba a besos y le respondía a todas sus preguntas imaginarias. Periódicamente salía corriendo de su cuarto en combinación la pobre, y reclamaba nuestra presencia en sus aposentos para que le dijésemos lo guapo y lo bueno que era ese señor con la mano al pecho. "¿Os lo he enseñado ya?", nos decía, cada dos o tres días. "¿Pero no oís lo que dice?", y así desde que tengo uso de razón.
Y ahora que lo que tengo es uso de ratón, me ha dado por contároslo aquí. Pero ni mucho menos con la intención de hacer unas risas a costa de Jesús, ni del Alzheimer, ni muchísimo menos a costa de mi pobre abuela, la pobre, qué pobre que era y qué poco daño le hacía ella a nadie, que sólo iba de su cuarto a Misa y de Misa a hacerse una tortilla francesa, y al cuarto. Era sólo por hacer ligera y amena la información, en realidad terrorífica, que quería anticipar para que intentárais haceros una idea del miedo que me daba a mí de pequeñajo esa imagen móvil, tan seria, que me miraba hiciera lo que hiciera. Yo antes de irme a la cama a hacer mis primeras guarrerías cerraba la puerta a cal y canto, acojonado, y me tapaba con ocho sábanas a pesar de que había una dos tabiques entre esos ojos omniscientes y mi cama, porque de verdad que ese Cristo me daba mucho canguelo. Respeto, ninguno: puro acojone. Pavor. Nunca supe si de verdad era capaz de hablarle a mi abuela, o todo era fruto de su trastorno. De pequeño tenía serias dudas, y hoy en día todavía tengo mis reservas.
Así que imaginaros ahora, que no hago otra cosa que pecar y pecar y hacerle llorar al niño Jesús hasta que se queda seco, que de sopetón llego a casa y me encuentro con que una representación en miniatura de aquel Sagrado y Misterioso Observador Parlante Sacro-Pop de mi infancia ha venido a parar a mi casa, a recordarme tanto sinsabor. Y lo peor de todo es que no me atrevo a tirarla, porque me va a pillar y me atormentará para siempre desde Valdemingómez.Etiquetas: Twitter
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